Frida Kahlo y su universo secreto: La Casa Azul, su refugio y legado. Un hogar que respira historia
En el sur de la Ciudad de México, la Casa Azul guarda los secretos de Frida Kahlo, una de las artistas más influyentes del mundo. Sus paredes azules intensas encierran memorias de su infancia, amor, dolor y creatividad. Allí, Frida jugó, pintó y compartió su saber con jóvenes artistas, rodeada de libros y naturaleza. Además, amó al muralista Diego Rivera y acogió a amigos, como el revolucionario León Trotsky. Este espacio, hoy museo, revive cada julio con su nacimiento (6 de julio de 1907), muerte (13 de julio de 1954) y apertura (30 de julio de 1958).
El accidente que transformó su vida
A los 18 años, un tranvía embistió el autobús donde viajaba Frida, marcando un antes y un después. Una barra metálica atravesó su pelvis, fracturándole columna, costillas y pierna derecha. Las largas temporadas en cama la llevaron a pintar, convirtiendo el dolor en arte. “Antes quería ser médico, pero el accidente y las operaciones me llevaron a expresarme con pigmentos y líneas,” explicó Perla Labarthe Álvarez, directora del Museo Frida Kahlo, en entrevista con Xinhua. De esta etapa surgieron obras como “Autorretrato con traje de terciopelo” (1926).
Un refugio creativo
La Casa Azul, donde Frida vivió 36 de sus 47 años, refleja su esencia. Labarthe destaca: “La Casa Azul es Frida, y Frida es la Casa Azul.” El museo exhibe exvotos, tinturas votivas que inspiraron sus pinturas, y estanterías con libros anotados por ella. Además, fue un taller donde enseñó a los “Fridos,” un grupo de estudiantes. “Les enseñaba composición, luz y forma, inspirándolos desde este jardín,” agregó Labarthe. Este espacio no solo fue su refugio, sino también el de otros creadores.
Evolución arquitectónica
La casa evolucionó en tres etapas. Originalmente una vivienda colonial con patio central, se expandió tras el matrimonio con Rivera y la llegada de Trotsky, añadiendo un jardín. En 1946, Rivera diseñó un estudio y tres recámaras, preservando el espíritu de Frida. Ambos soñaron con convertirla en museo, un deseo que Rivera cumplió tras su muerte, llenándola de objetos auténticos: vestimenta, muebles y utensilios.
Un legado vivo
Hoy, el museo recibe 500.000 visitantes anuales, consolidándose como referente cultural. Labarthe subraya: “Frida quería que este lugar conectara a las personas con su arte.” Sin embargo, algunos critican la comercialización del espacio, temiendo que diluya su intimidad. Pese a ello, la Casa Azul sigue siendo un testimonio vivo de su vida y sufrimiento, invitando a explorar su legado latinoamericano.
