Mundialmente conocida por el clásico post-feminista «Teoría King Kong», la escritora francesa volvió con «Querido comemierda», una novela en la que pone a dialogar a un acosador, una actriz exitosa que atraviesa los 50 y a una feminista radical para dar cuenta de relaciones laborales, el amor y la amistad.
TELAM – Con la intención de comprender el mundo que dejaron la pandemia y el #MeToo y bajo el formato epistolar que desnuda los matices en las voces de los protagonistas, la escritora francesa Virginie Despentes, mundialmente conocida por el ya clásico post-feminista «Teoría King Kong», acaba de publicar «Querido comemierda», una novela en la que pone a dialogar a un acosador, una actriz exitosa que atraviesa los cincuenta y a una feminista radical para dar cuenta de relaciones laborales, el amor y la amistad.
«Querido comemierda» (Penguin Random House) se convirtió en un éxito de ventas en Francia y encendió el debate sobre las zonas pantanosas del acoso sexual, el envejecimiento y el ciberacoso en la era de las redes sociales. La historia comienza con un posteo de Oscar, un novelista de más de 40 años, que decide insultar a una actriz en Instagram por la forma en que ha envejecido. La estrella de cine, Rebecca, decide responderle con mucha altura, justo en el momento en el que Zoe, una joven prensera de la editorial que publica a Oscar, lo acusa de acoso sexual. Despentes desarrolla los puntos de vista del hombre acusado, la actriz y la joven acusadora, mientras se escriben o publican en internet en el contexto los confinamientos por Covid-19 o las reuniones por Zoom de narcóticos anónimos.
Despentes integra el «dream team» de la literatura francesa. Irrumpió en 1994 con su primera novela, «Baise-Moi», una historia de venganza por una violación que empezó a escribir a los 23 años, y cambió los términos del feminismo francés cuando publicó su manifiesto de 2006, «Teoría King Kong», donde contó que fue violada a los 17 años durante un viaje pidiendo aventones con un amigo. Hija de una pareja de trabajadores de correo de clase trabajadora de la ciudad de Nancy, en el noreste de Francia, Despentes es considerada como una de las autoras que ha logrado darle voz a los marginados. En honor al novelista francés Émile Zola, la bautizaron «Rock’n’roll Zola» luego de que publicara en 2016 la trilogía parisina «Vernon Subutex».
Ese recorrido literario con aires de outsider, pero de refinada calidad literaria llevó a Despentes a convertirse en una de las grandes retratistas del pulso y los tonos de la época, eligió nuevamente no ser indiferente a aquello que interpela a sus contemporáneos. Tras el #MeToo con epicentro en Hollywood, Francia lanzó su propia ola, #Balancetonporc (#Denunciaatucerdo). Sin embargo, el asunto tomó otra dimensión cuando algunas figuras públicas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve, firmaron una carta abierta criticando el «nuevo puritanismo«. Desde entonces, actores, filósofos y escritores enfrentaron acusaciones de acoso y abuso sexual. «Querido comemierda» (en francés «Cher connard», «Querido capullo» para la edición española y «Benvolgut imbècil» en la edición catalana) es, entonces, una mirada desde la ficción que explora los grises de aquella ola.
-Virginie, ¿cuál fue la semilla o la escena que iluminó el resto de la historia al momento de escribir la novela?
-Fueron dos cosas. Hace unos tres años, tuve una cena con algunas amigas lesbianas, feministas, todas del mundillo editorial. Y una nos contó que sabía que un señor que conocíamos todas iba a ser denunciado en el marco del #MeToo. Lo conocíamos todas, era el típico borracho y cocainómano supergracioso, pero al que también sabíamos capaz de todo tipo de tonterías. Al final, no pasó nada porque la chica no lo denunció y tampoco volví a verlo. Pero durante toda aquella cena recuerdo que nos preguntábamos qué íbamos a hacer: ¿Llamarlo para preguntarle qué había hecho? ¿Vamos a insultarlo? ¿Vamos a defenderlo o a acusarlo? ¿Podremos seguir trabajando con alguien que sabemos que no es el peor de todos, pero que es sin dudas parte de esta manada que puede destruirle la vida a alguien? De esta escena nació el personaje de Oscar y esta historia que no es un caso de violencia extrema, pero que resuena en muchos porque el acoso en el ámbito laboral es de todos los días. Mi primera reacción durante esa cena fue proponerles que lo llamáramos para pedirle que pare de beber porque no estaba actuando bien…La otra cosa que me interesó mucho al arrancar la novela fue plasmar mi larga historia con las drogas luego de que, por primera vez, he logrado parar de drogarme realmente. Quería y necesitaba abordar aquel tema desde la ficción.
-¿Cómo fue darle voz a Oscar, un acosador? ¿Qué desafío literario tenía eso? Hay una serie de matices y de grises que distancian a Oscar del típico depredador.
–Me interesaba transitar la siguiente situación: poco a poco él va a darse cuenta de lo que pasó y va a cambiar su relato. Y entonces, pasa de ese tipo que conocernos todas a ser otro tipo, con la capacidad de aceptar ante la víctima que algo ha pasado y pedirle perdón. Me sedujo el desafío literario de meterme en la cabeza de un hombre, no solo porque siento que los conozco muy bien, sino también porque creo que el hecho de que sea de clase trabajadora como yo, nos acerca. Probablemente me costaría muchísimo entender cómo piensa un rico, no sé bien de qué va. Pero a ellos, los de la clase trabajadora, los conozco bien porque tengo muchos amigos así y no entienden mucho lo que está pasando con las mujeres. Suelo tener conversaciones con mis amigos y entiendo que estén sorprendidos de que hayan cambiado las reglas del juego, las cosas son distintas. Por otra parte, me produjo mucho placer escribir como Rebecca, un personaje de los que me gustan porque abre la boca, dice todo lo que quiere sin vueltas y avanza. Oscar, en cambio, se queja mucho, es un poco depresivo, da vueltas neuróticas…
-En la novela, está muy presente el origen trabajador de Rebecca y Oscar. Él enfrenta las limitaciones para moverse en determinados ámbitos y también se nota en sus añoranzas: no ha podido comprarse un departamento o todavía se sorprende gratamente con las liquidaciones de regalías. ¿Por qué elegiste esta mirada de clase? ¿Tiene que ver con tu propio recorrido como autora?
-Es imposible escapar de tu clase. El feminismo me interesa mucho, pero a veces debo admitir que tengo más en común con los hombres de mi clase social que con mis amigas. La categoría «mujer» funciona, pero la clase no deja de ser fundamental. Los dos personajes nacieron en mi pueblo, en las afueras de una ciudad del este de Francia. Es un lugar muy preciso y si naciste ahí, sos clase media baja. No escapas a la clase en la que naciste (y yo tampoco he querido hacerlo), es mi identidad. Por otra parte, sé que mis nuevos amigos de clase alta tampoco olvidan que nací y crecí en otro lado.
-Rebecca envejece con plena consciencia de cómo los años la perjudican laboralmente e incluso de cómo cambió la mirada de los hombres sobre ella. Pero también sus 50 años la hacen testigo de un mundo que ya no existe. ¿Qué de ese proceso te interesó plasmar?
-Ella es muy pragmática. No se siente feminista, pero se convierte en el camino cuando ve que tiene un lindo público feminista y conoce a Zoe. Conozco muy bien a las mujeres de clase obrera con prácticas feministas de sobrevivientes. Y esto ocurre aunque no se sientan atraídas por el tema o las reivindicaciones. Fue una de esas mujeres guapas y seductoras y tiene que procesar los 50, que, por otra parte, es mi edad. No es un momento trágico pero es un cambio difícil, implica perder una riqueza y un privilegio.
-«Tal vez ya no escribo porque ya no bebo» dice Oscar. ¿Qué hay en esta imposibilidad que encuentra para hacer literatura?
–La relación entre beber y escribir es fuerte. Dejar de beber y abandonar las drogas deja una soledad grande porque durante años es una compañía que nunca te deja caer. Y ahí aparece la escritura, que también es una compañía. Ellos se escriben todo el tiempo y van cambiando su estrategia de supervivencia. Abandonar las drogas te deja en un plano de mucha sinceridad y eso se plasma en la escritura.
-Se produce un devenir muy interesante a partir de la conversación que hace que de un primer intercambio a partir de una agresión puedan entablar una amistad. ¿Es posible retomar la comunicación?
– Internet nos acostumbró al intercambio violento. Antes no nos insultábamos tanto. Nadie entraba en un bar solo para blasfemar y ahora muchos entran a las redes solo para eso. Lo que sucede en Israel ha vuelto a abrir la cloaca. Todo eso es nuevo y me interesa. Nos insultamos como un gesto normal y eso genera una lógica distinta en el encuentro. Pero también me interesó abordar la amistad entre el hombre y la mujer, que creo que existe y que abre otras dimensiones. La amistad es un poco como el amor, es difícil saber por qué dos personas logran ser amigos durante décadas, hay un misterio insondable. Estas relaciones son fuerza real, cambian una vida.
-Está el posteo de Instagram de Oscar contra Rebecca, pero también el blog de Zoe en el que recibe apoyo y muchísimos comentarios llenos de odio que terminan cambiando su vida. ¿Internet le imprime a la violencia cierta aceleración?
-Me suele suceder, en estos casos, que no sé qué decirle a la víctima más que «lo siento». Aunque no soy usuaria de las redes, sí miro mucho y he visto como este tipo de acoso le jodió la vida a muchas amigas. Es super violento y no hay herramientas para acompañar. Pasa cada vez más seguido. Deberíamos generar redes de ayuda y de protección para poder acompañarlas. Internet, por otra parte, cambia tan rápido que ni los Estados ni la Policía llegan a comprender. Y sucede también en otros planos: los adultos de mi generación dejamos muy solos a los niños respecto del acoso en Internet. Entonces, claro, también quedamos solas las mujeres. No hemos hecho nada, ni siquiera grupos para juntarnos o hablar.