Noventa y nueve naturalezas muertas de Santiago Loza 

Como dramaturgo ha trabajado en circuito independiente, comercial y oficial. Entre sus obras están “La Mujer Puerca”, “Pudor en Animales de Invierno”, “Todo Verde” y “Nada del amor me produce envidia”. Publicó las novelas Yo te vi caer, El hombre que duerme a mi lado y La primera casa; en no ficción Nadadores Lentos y Diario Inconsciente. Noventa y nueve naturalezas muertas es su primer libro de poemas.

Como dramaturgo ha trabajado en circuito independiente, comercial y oficial. Entre sus obras están “La Mujer Puerca”, “Pudor en Animales de Invierno”, “Todo Verde” y “Nada del amor me produce envidia”. Publicó las novelas Yo te vi caer, El hombre que duerme a mi lado y La primera casa; en no ficción Nadadores Lentos y Diario Inconsciente. Noventa y nueve naturalezas muertas es su primer libro de poemas.

Así se titula el primer libro de poemas, del polifacético autor argentino.

Loza transita entre géneros literarios: escribe teatro, narrativa, guiones de cine y tv, letras de canciones. Además, como director cinematográfico dirigió cine “Extraño”, “La Paz”, “Si estoy perdido no es grave” y “Breve Historia del Planeta Verde”. 

Sobre el libro, la escritora Laura Wittner dice:

«Pero quisiera que las manchas / fueran tan sólo manchas”, dice Santiago Loza en uno de sus poemas. Y aunque esté hablando de acuarelas podríamos rastrear esa premisa a lo largo de todo este libro que plantea el tironeo entre desdibujar y bocetar un sentido. “Mis colores densos / se disuelven / con el pigmento en el agua”, y un rato después: “al final se trata de lograr / una imagen que importe”. Con tres o cuatro líneas tentativas Loza propone un conjunto completo. Con tres o cuatro imágenes precisas dibuja un núcleo emocional (y existencial). Hay un taller de pintura donde las tardes pasan, hay pedacitos de mundo como naturalezas muertas, finalmente hay paseos a la plaza, un viaje a Cuzco, unas horas en el hospital, la vuelta a casa en subte. La primera persona aparece intermitente, cambia de aspecto, de signo, se va.

A veces el manchón central es el paisaje, y el paisaje es una tapa de desodorante, unas hormigas, lluvia, “el cielo, los edificios, todo eso”. Un ritmo lánguido pero decidido va sumando elementos y hasta despliega tramas en vaivén: microargumentos que –como en Brainard, como en Schuyler– hospedan, sin embargo, la vida entera. 

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